Los venecianos, al Gran Canal, le llaman Canalazzo. Este curso sinuoso de agua que discurre trazando una S desde el Puente de la Libertad hasta el Bacino de San Marcos partiendo en dos la ciudad, mide casi 3.800 metros y su anchura va, desde los 30 metros en la zona más estrecha, hasta los 70 cuando se abre a la laguna, a la altura de la Plaza de San Marcos.

En la antigüedad, el Canalazzo era un río más, el Rio Businiacus y, ya desde la época prerromana, los Vénetos eligieron este lugar para establecerse haciendo de la pesca su principal medio de vida. Más tarde, en las épocas romana y bizantina, los pequeños asentamientos de personas en grupo, se fueron desplegando hasta convertirse en la ciudad más importante del medievo, la Serenissima.

Fue entonces cuando las familias más poderosas construyeron sus palacios en ambas orillas, volviendo sus fachadas lujosas hacia el agua. Estos Palacios, tenían dos entradas: la principal, la entrada de agua, del lado del Canal; la posterior, desde las estrechas calles y campi que pueblan la ciudad. Venecia se vivía desde el agua y hacia ella es a donde las familias propietarias debían mostrar todo su poder económico, manifestado a través de la decoración de las fachadas de sus viviendas.

A lo largo y ancho de la que, para mí, es la calle más bella del mundo, los Palacios se suceden sin apenas espacio entre ellos, más allá del inevitable para dar paso a la desembocadura de los ríos que conforman los canales de la ciudad y que separan entre sí el conglomerado de islas que la forman. Y entre ellos, todavía en pie tras siglos de resistencia al agua, al salitre y a las altas mareas que periódicamente inundan la ciudad, se conservan verdaderas joyas de todo tipo de estilos que han sabido mantener el espíritu de la República de Venecia.

Y por ello el Gran Canal se recorre en barco. En sus aguas encontraréis las más variopintas embarcaciones privadas o públicas, algunas de ellas características y exclusivas de la ciudad. Entre ellas, como no, las sugerentes góndolas que han hecho del romanticismo su seño de identidad. Y también en el barco acuático destinado al transporte público aquí llamado vaporetto, donde siempre veréis viajeros ávidos de captar todo lo que el Canal atesora.

Si queréis cruzarlo a pie, deberéis hacerlo a través de los 4 puentes peatonales que lo atraviesan. El más antiguo, el Puente de Rialto, que ofrece una vista muy fotografiada del Gran Canal es conocido por las tiendas que flanquean a ambos lados la escalera central que conecta los sestieri de San Polo y Cannaregio. El artístico Puente de la Academia, el único de madera, que desemboca en las Galerías del mismo nombre conecta el sestiere de Dorsoduro con el de San Marco y ofrece también una fantástica perspectiva del Gran Canal que comienza a ensancharse en su llegada al Bacino. El Puente de los Descalzos (Scalzi) es conocido también como Puente de la Estación, porque conecta la Ferrovia, la Estación de trenes de Venecia, con el sestiere de Santa Croce. Por último, el reciente Puente de la Constitución (el de Calatrava), que desde Piazzale Roma enlaza la terminal de autobuses con la Estación de Santa Lucía.

Se dice que a Venecia se llega a través del agua y así es como nos va calando poco a poco esa belleza atemporal de la que es difícil desprenderse. Recorrerlo desde el Piazzale Roma hasta la Piazza di San Marco es mágico de día, pero más aún lo es de noche.

Sin duda os aconsejo que lo hagáis en ambos momentos del día porque, la diferencia de sensaciones, es impresionante.

Porque durante el día, la vida veneciana atesta el Gran Canal de todo tipo de embarcaciones: vaporetti, góndolas, mostoscafi (utilizados como taxis), barcos de carga destinados al transporte de mercancías, ambulancias y otros vehículos de las fuerzas del orden, hacen de la travesía una experiencia fabulosa, en la que las aguas reflejan la vida diaria que bulle en esta calzada acuática con el devenir de residentes y visitantes.

Porque de noche, cuando el Canal se vacía, todo se calma. La muchedumbre se retira dando paso a otro tipo de sonidos; los que devuelve el agua con el bamboleo de las góndolas amarradas, el chapoteo de algún pájaro despistado o el remo de un gondolero en su paseo turístico al descubrimiento de la ciudad… todos esos sonidos que, si os dejáis, os hipnotizarán.

Y porque, no recorrerlo, es perderse el alma y las tripas de la ciudad más hermosa del mundo.