No hay visitante que no quiera subirse a una góndola en Venecia. Personalmente, no es de las cosas que más suela recomendar porque el coste puede resultar algo elevado, salvo que seáis un grupo y compartáis el trayecto. Independientemente de que se considere un reclamo turístico y de que este tipo de embarcación es solamente para ello, para el turismo, lo cierto es que su sola mención nos trae a la cabeza el romanticismo y la magia que las envuelve y la verdad es que aporta una visión diferente de la Venecia acuática, por lo que todos queremos vivir la experiencia.

Porque todos caemos rendidos a su hechizo (yo también, por supuesto) así que, si queréis daros el gusto de disfrutar de un paseo en estas curiosas embarcaciones, hacedlo. En Venecia todo hay que vivirlo. Actualmente un paseo de 40 minutos cuesta 80€ hasta las 19.00 horas y después 100€ y, con la pandemia, se redujeron de 6 a 5 personas las que pueden subir en un mismo viaje. Contratarlo o no, es una opción personal y económica.
Lo cierto es que como elemento característico y exclusivo de la ciudad, me parecen fascinantes. Su construcción, su manejo, el uniforme del gondolero, el color negro brillante y el terciopelo grana de los interiores… todo en ellas las hace indudablemente bellas. Hasta hay señales de tráfico exclusivamente para las góndolas.

Me resulta maravilloso verlas deslizarse entre la niebla por el Gran Canal o apareciendo tras un sottoportego cuando menos las esperas, o tal vez amarradas en cualquiera de los muchos puestos de góndolas desperdigados por los canales… y, especialmente, al pie del Bacino, con la isla de San Giorgio al fondo, cubiertas con sus lonas azules… difícil imaginarlo si no lo habéis visto. Y, no sé por qué, uno de sus componentes, me vuelve loca: el fascinante hierro de proa (ferro di prua).
Las góndolas actuales son alargadas y bastante estrechas para esa largura: unos 11 metros de largo por algo menos de 1,5 metros de ancho. Son asimétricas y ligeramente curvadas longitudinalmente, lo que, por un lado, las convierte en embarcaciones únicas y, por otro, facilita su manejo con su único remo reduciéndose al mínimo la zona que entra en contacto con el agua.
A pesar de lo frágiles que puedan parecer, soportan hasta 1000 kilos de peso. Históricamente han ido variando su tamaño y su forma hasta alcanzar el modelo actual, que tiene algo más de 100 años, y también el interior de las mismas. Por ejemplo, ha desaparecido la felze, una cabina cubierta que permitía a los pasajeros mantenerse a salvo de las inclemencias del tiempo, y también de las miradas indiscretas. ¿Recordáis la entrada en la que os hablé de las sirenas en Venecia? Pues a esta cabina me refería cuando os hablaba de la cobertura de la jaula de baño.
Como os digo, las góndolas son guiadas por un único remo. Éste se apoya en una pieza de madera de nogal construida a mano y de una sola pieza, una especie de horquilla llamada forcola, que debe tener una forma determinada que permita al gondolero realizar 8 maniobras diferentes. Todo un arte.

Como seguramente sabréis, todas están pintadas de color negro brillante, pero no siempre fue así. Aunque inicialmente sí eran negras (pero debido a la brea que se usaba para calentarlas, no al color de la pintura), en tiempos de la Serenissima las góndolas se convirtieron en un símbolo que permitía demostrar el status social de la nobleza y la burguesía por lo que, al igual que se hacía con las fachadas de los palacios, se dedicaban ingentes cantidades de dinero para decorarlas profusamente con ánimo de destacar sobre los demás. Los excesos llegaron a ser de tal calibre, que el Gobierno tuvo que poner coto a tanta locura mediante una ley que pretendía frenar tanta ostentación: de poco sirvió. Parece que algunos preferían pagar la multa correspondiente antes que renunciar a su esplendor. Para cortar de raíz el asunto, se decretó que todas las góndolas deberían pintarse de negro. Y así es como han llegado hasta nuestros días.
Aunque hoy en día las góndolas son nada más que un medio de transporte privado destinadas a pasear a los turistas, por entonces cualquier persona pudiente poseía su propia góndola y, también, su propio “chófer”, el gondolero. Una persona de confianza y muy discreta, pues no en vano conocía los más íntimos secretos de su patrón.
¿Y vosotros? ¿Habéis sucumbido a sus encantos? ¿Os apetece hacerlo? Si vuestra ilusión es dar un paseo por los canales, en este enlace podéis reservarlo y contratarlo. Y a la vuelta, no olvidéis contarme qué tal la experiencia:
Extra!: si queréis una lectura apasionante sobre estas embarcaciones y todo el trabajo que hay detrás de ellas, no dejéis de leer The gondola maker, una preciosa novela de Laura Morelli: no la he encontrado en español, pero os dejo enlace en inglés por si os atrevéis con ella. Os guiará por la Venecia del siglo XVI y por el laborioso proceso de fabricación de las góndolas. Muy recomendable!
La verdad es que son fascinantes, llegar a la Riva Degli Schiavoni y verlas flotar, durmiendo alli con ese sonido tan caracteristico es increible. Se puede ver donde las fabrican? Queda algun taller en la ciudad?
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Hola cuak! Disculpa la tardanza en responderte, malos días en el trabajo. Sí, efectivamente queda todavía algún taller de góndola (squero) en la ciudad. Y tengo localizado el Museo Arzanà para mi próximo viaje en el que, además de reparar todo tipo de embarcaciones, parece que tienen una gran colección de góndolas y piezas históricas. Tiene muy buena pinta!
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Que frescor desprenden sus palabras, gracias, por compartir su experiencia veneciana
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Gracias por leerme. Es un placer compartirlo
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