Las góndolas, los canales, las altanas, los vaporetti, el acqua alta… son, junto con otros muchos, elementos característicos de Venecia.

Y entre ellos, hay dos que me fascinan especialmente. Uno es el ferro de las góndolas, cuyo simbólico significado os expliqué en esta entrada. El otro, las bricole, de las que os hablo a continuación.

La bricola es una agrupación de postes de madera, normalmente 3, utilizada para señalizar la navegación de las diferentes embarcaciones en la laguna veneciana indicando, no sólo qué canales son navegables, sino también su dirección y su sentido. En función del color con el que se pintan, señalan si el canal es navegable o no. Para que os hagáis una idea de la importancia de estas hermosas bricole, os diré que el Reglamento que rige la navegación en la Laguna mediante ellas, es de 1439! Casi nada!

Estas estacas, se realizan con madera de algarrobo negro, y para señalizar la navegación se agrupan de 3 en 3 y se atan con una gran brida de hierro.

Los postes de madera, llamados paline, también se utilizan individualmente para amarrar las embarcaciones a los muelles, numerosos y altos en las entradas de agua de los majestuosos palacios del Gran Canal y más discretos en las puertas de los edificios del resto de canales.

Cuando varios canales se cruzan, se ponen varias de estas bricole y, en el medio, una más alta a la que, a menudo, se le coloca una lamparita y también un letrero con la velocidad máxima permitida en el canal. A esta bricola, formada por de 3 a 5 pilone, se le llama «Dama«. Bonito, ¿verdad?

Dicen que el origen del término bricola es incierto pero, una de las versiones apunta a que deriva de la palabra brisa (viento).

Frente a la Piazzeta, asomados a la laguna, se muestran como atrezzo de la preciosa vista que se tiene de San Giorgio, el Redentore, la Aduana o La Salute. Pero me fascinan especialmente en Fondamenta Nuove, en un día soleado y claro con la isla de San Michele al fondo, con el agua del mar de la laguna reflejando los destellos del sol. También son preciosas asomando entre la niebla, en esos días de invierno, muy abundantes, en los que el caigò veneciano se apodera de la ciudad, tan misteriosa entonces. Y extasiada puedo quedarme durante horas viendo el atardecer desde mi rincón favorito de Burano, con el sol cayendo lentamente sobre el horizonte de la cercana Venecia, acariciando las bricole.

Desafortunadamente, el mantenimiento de estos maderos conlleva un coste muy elevado. Si os fijáis bien en ellas, comprobaréis que el salitre y la intemperie provocan un desgaste que devuelve imágenes sorprendentes. Así que el ayuntamiento ha comenzado a sustituirlos por bricole de plástico de pintorescos colores que, lógicamente, no son lo mismo. Pero supongo que, también en Venecia, hay que rendirse al paso del tiempo y ser prácticos. Disfrutaremos de ellas mientras queden, pues nos recuerdan los tiempos en que la vida en la ciudad dependía por completo del agua.

Ah!, pero no penséis que se deshacen de ellos sin más! Supongo que por nostalgia o por romanticismo, al final de su vida útil, que suele estar entre 5 y 10 años, se utilizan para construir todo tipo de objetos y muebles como lámparas o mesas e, incluso, como pavimento de madera de los piani nobili de los palacios. Hay varios artesanos que en los últimos tiempos se están dedicando a ello y se han convertido en objetos muy codiciados.

Me parecen tan preciosas… cuando me adentro en la ciudad a través del Puente de la Libertad y las primeras bricole aparecen ante mis ojos, sé que soy víctima por completo del Síndrome de Stendhal, que se apodera de mí desde el minuto uno cada vez que vuelvo a la ciudad y sé, también, que no desaparecerá hasta que me marche.