Al pie del frecuentado Puente de Rialto, en la orilla de San Polo, se encuentra el Campo San Giacometto y de frente a la fachada de la Iglesia homónima, al otro lado de la plaza y protegida por una reja, hallaréis la famosa estatua del ‘Jorobado de Rialto’, conocido popularmente por los venecianos como “Gobbo”.

Su colocación en este animado y encantador Campo, vecino al Mercado de Rialto, no es casual, pues se trataba de un punto neurálgico de la vida de Venecia al ser uno de los lugares más transitados por los venecianos, comerciantes o clientes, y por tanto lo suficientemente concurrido como para poder llegar a la mayoría de la población. 

Junto a una columna de granito rosa, esculpida en piedra, representa a un hombre arrodillado que sostiene, sobre su cabeza, la escalera de mármol blanco sobre la que se encaramaban los comandadori, los heraldos de la Serenissima

Esta escalera, se convirtió así en un pequeño escenario llamado ‘Piera del Bando‘, literalmente “Piedra del Anuncio”, y a ella se alzaban los mensajeros, ataviados con su trompeta y su gorra roja, para leer en voz alta a la población los documentos públicos más importantes y aquellos con los que se hacían públicas las sentencias más duras, incluyendo las condenas a muerte. 

Pero además, la estatua se convirtió en destino de los condenados, que desde la Piazza San Marco llegaban corriendo, desnudos, atravesando el pasillo formado por una multitud que les increpaba, apedreaba y daba latigazos. Cuando llegaban a su meta, se echaban a los pies del Gobbo y lo besaban y abrazaban agradecidos de haber sobrevivido a la dura condena. 

A partir del siglo XVI se utilizó también como Pasquino y fue protagonista de sátiras y poemas destinados a hacer las delicias de los ciudadanos, que utilizaban estos escritos para denunciar y burlarse del poder establecido, dejando sus notas al pie del Jorobado o atadas a la reja durante la noche. Algunas de ellas, incluso eran “firmadas” por el propio Gobbo, que se convirtió en todo un personaje. La sátira estuvo permitida en Venecia y se utilizó como instrumento para hacer llegar a los gobernantes las quejas de los venecianos, constituyendo un gran entretenimiento, a veces algo peligroso por la dificultad probatoria de algunas de esas denuncias y las consecuencias que acarreaban para el denunciado.

El Gobbo fue así una de las 4 estatuas parlantes que hubo en la ciudad, uno de los cuatro “tonto del pueblo” e, incluso llegó a mantener “conversaciones” (por mediación de los escritores de la época) con Marocco delle Pipone, la estatua parlante situada en la Plaza de San Marcos. La fama del Gobbo fue tal que incluso Shakespeare, se inspiró en él para crear a uno de sus personajes: Launcelot Gobbo del «El mercader de Venecia».

La leyenda cuenta que este personaje existió realmente y que representa a un ladrón que fue condenado a sujetar una escalera de mármol hasta que murió…  Pero ya sabéis que Venecia tiene una leyenda en cada esquina, casi tantas como puentes…  

Lo cierto es que es mucho más probable que el origen del Gobbo sea una alegoría de Sísifo, aplastado por el peso de la existencia y esculpido a propósito para ser colocado aquí. 

Cuando bajéis del Puente de Rialto, antes de adentraros en las transitadas calles que rodean el Mercado, salid de entre la multitud y deteneros un momento junto al Gobbo. Si miráis con atención, podréis localizar la piedra desgastada allá donde los pobres condenados la abrazaban al final de su suplicio. A mí me da escalofríos pensar en ello…