La próxima semana se cumplen años de aquella odiosa fecha en la que Napoleón Bonaparte robó los caballos de la Basílica de San Marcos. Vistos desde abajo, parecen creados a propósito para formar parte de la fachada principal pero no es así porque lo cierto es que los caballos llegaron a Venecia a principios del siglo XIII desde Constantinopla donde estaban colocados adornando el Hipódromo tras haberse paseado por Roma y las islas griegas… se trata pues de una cuadriga muy viajada.

Lo cierto es que, cuando el dux Enrico Dandolo los hizo transportar a Venecia, lo hizo como parte del botín de la IV cruzada en la que los venecianos participaron para apoyar al emperador bizantino Isaac II Angelo contra su hijo, que había usurpado el trono. Este tipo de botines era algo bastante habitual y como os conté en otra ocasión contribuyeron a decorar y enriquecer la Basílica.
Los caballos que vemos hoy, sin embargo, son una copia de la cuadriga original. Ésta se encuentra en el interior de la Basílica, en el Museo de San Marcos. Subiendo y saliendo al exterior de la terraza de la Basílica, además de disfrutar de una vista maravillosa de la Plaza de San Marcos, podréis observar con detenimiento la cuadriga, reproducida con increíble exactitud y, después, pasar por el Museo para disfrutar del original.

El grupo escultórico fue robado por Napoleón en 1797, que la quería en París para colocarla en el arco triunfal del Carrusel. Después del Congreso de Viena en 1815, que ordenaba la devolución de las obras sustraídas durante las campañas napoleónicas, fue devuelto por fin a Venecia, aunque se dice que los caballos volvieron sin ojos: los rubíes que los adornaban nunca aparecieron…
Al estallar la Primera Guerra Mundial se decidió sacarlos de la terraza de la Basílica, para protegerlos de posibles bombardeos y se enviaron a Roma, donde estuvieron al resguardo en el interior del Castillo de Sant’Angelo. Y, finalmente, en 1982 se colocaron como os decía en el Museo para protegerlos de la degradación causada por el salitre, la niebla y otros agentes atmosféricos.

Sin duda, subir a verlos de cerca, es una de las mejores cosas que hacer en Venecia, no os arrepentiréis.