Las Bocche di Leone (bocas de león) son bajorrelieves de mármol que representan la cabeza de un león o, a veces, la cabeza de algún ser con muy malas pulgas, que tuvieron una función un poco ignominiosa en los tiempos de la Serenissima y de los que, aún hoy, pueden verse restos esparcidos por la ciudad. Parece que su origen se remonta a las fechas de la conjura de Baiamonte Tiepolo y durante siglos, formaron parte del mobiliario urbano de Venecia, hasta que Napoleón entró en la ciudad y arrasó todo símbolo del poder de la Serenissima.

Estas cabezas, en el lugar de la boca, tenían un agujero en el que los venecianos podían depositar las denuncias de manera secreta, denuncias referidas a delitos que fueran de conocimiento del denunciante y que no quisiera ponerse en evidencia. Y digo secreta, sí, que no es lo mismo que anónima. Me explico…

Las acusaciones vertidas no podían ser anónimas, debían estar firmadas o al menos recoger la identidad del denunciante y citar como poco a dos testigos. Si no se cumplía con este requisito, directamente eran quemadas sin prestarles más atención. Recordad que el Gobierno de la Serenissima podía pecar de ser muy determinante, pero su sentido de la justicia era más que considerable.

La ubicación, como os decía, era diversa: colocada estratégicamente en diversos puntos de la ciudad, solían verse en las fachadas de las iglesias, cerca de las viviendas de los magistrados o de los hospitales, en función del tipo de denuncias que en ellas se depositaran. Y por supuesto, en el Palacio Ducal, pues era al Consejo de los Diez, al que el Dux pertenecía, el encargado de dar trámite a estas denuncias.

Y ¿qué delitos se podían denunciar? Pues desde la evasión de impuestos a la blasfemia, pasando por incumplimientos profesionales como el de los médicos en la atención a los pacientes. Pero, las más temidas, podéis imaginar que eran aquellas que denunciaban actos contra el Estado, como traiciones, conspiraciones, revueltas o revelación de secretos. Nadie quería verse envuelto en una denuncia de tales características por la dificultad probatoria de la inocencia una vez encerrado en las prisiones del Palacio Ducal. Porque ese era el destino del acusado: los sospechosos, eran puestos en prisión preventiva mientras se dilucidaba si las acusaciones eran ciertas o no, un proceso que podía llevar meses y que les destrozaba física y psicológicamente. Los Piombi y los Pozzi, eran famosos por sus condiciones insalubres: la humedad, el espacio reducido, el calor y la falta de ventilación, provocaban el fallecimiento de muchos detenidos antes incluso de que su caso fuese resuelto. Por no hablar de la tortura, un ejercicio considerado entonces normal y habitual y que, como podéis imaginar, llevaba incluso a confesar crímenes que no se habían cometido.

Pero lo cierto es que gracias a estas “bocas de león”, el Gobierno fue conocedor de muchos actos de mayor o menor talante criminal, que seguramente no habrían salido a la luz de otra manera. Aunque también es cierto que, utilizados con vileza por resentidos, enemigos o celosos de la fortuna del vecino, podía provocar que en ocasiones se acusara falsamente a personas inocentes. Os animo a buscar las bocas cuando estéis en Venecia y quien sabe, si conocéis de algún delito…