En un día como el de hoy, plagado de reivindicaciones, el día de la mujer, me gustaría presentaros a Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, que nació en Venecia en 1646, en el seno de la familia Loredan.

Los Loredan fueron muy influyentes en la época y construyeron varios Palacios en la ciudad y los alrededores. Cuando os hablé de Campo Santa Margherita, os mencioné el Palacio Corner Foscolo, una de las posesiones familiares donde Lucrezia vivió algún tiempo y cuya fachada me fascina. 

Elena tuvo que enfrentarse desde su nacimiento a los prejuicios de una sociedad masculina, clasista y patriarcal y es una mujer más, de tantas, a las que la Historia no les ha proporcionado el lugar que les corresponde. Tiene el honor y el mérito de ser la “prima donna laureata nel mondo” es decir, la primera mujer en conseguir un Doctorado en una Universidad.

Nació en el Palacio Loredan, situado junto al Puente de Rialto. Su padre, Giovanni Battista Cornaro-Piscopia, fue Procurador y Tesorero de la República Veneciana y su alta posición le permitió vivir en la mismísima Plaza de San Marcos. Su madre, Zanetta Boni, era una campesina pobre con quien Giovanni tuvo varios hijos. Sin embargo, en el momento del nacimiento de Elena, sus padres no estaban legalmente casados. Cuando finalmente Giovanni y Zanetta se casaron, su situación de hija ilegítima no cambió: la ley veneciana excluía de cualquier privilegio noble a los hijos nacidos fuera del matrimonio aunque su padre la reconociera.  

A pesar de ello, por ser hija de quién era, disfrutó de muchos privilegios y también tuvo muchos pretendientes, a los que rechazó pues desde bien temprano fue consciente de que su talento sería olvidado en cuanto tuviera edad de casarse. Por ello, con tan solo 14 años, decidió hacer en secreto votos de castidad para alejarse de los roles tradicionales de la mujer e incluso más adelante, sin llegar a convertirse en monja por la “negativa paterna”, tomó los hábitos benedictinos. 

La posición social de los Cornaro le proporcionó la posibilidad de estudiar y con 7 años ya hablaba a la perfección latín y griego. Ahí es nada. También aprendió hebreo, español, francés y árabe, lo que le valió el título de «Oraculum Septilingue». Y dominó las materias de matemáticas, astronomía, gramática, música, teología y filosofía, llegando a ser una virtuosa compositora.

Con estos méritos, no tardó en correrse la voz de su talento y su fama se extendió rápidamente. Se convirtió en todo un acontecimiento, una mujer sabia, que lo manifestaba sin pudor ni oposición familiar, era algo curioso y exótico en la arcaica sociedad del XVII, así que le invitaban a reuniones y sociedades de eruditos para escucharle hablar. Fue admitida en la Universidad de Padua y sus admiradores, entre los que se encontraban algunos de sus propios compañeros teólogos, propusieron a la Universidad que se le otorgara el título de Doctora en Teología, pero el Obispo de la ciudad se negó… alegando que era mujer. 

Para “compensarle”, le ofrecieron la posibilidad de Doctorarse en Filosofía, Doctorado que consiguió con honores después de un curso brillante y un discurso magistral de una hora de duración en latín clásico. Su examen, que debía realizarse en la Universidad, levantó tanta expectación que fue necesario buscar un lugar con más aforo.

Y fue así como en una ceremonia en la Catedral de Padua, ante las autoridades universitarias, estudiantes, senadores venecianos y diversos invitados de otras universidades, el 25 de junio de 1678 dejó a todos boquiabiertos y pasó a su notable y merecidísimo lugar en la Historia. El Tribunal evaluador, que debía deliberar y votar en privado, no dudó en emitir su veredicto públicamente, tremendamente impactados por la inteligencia y la erudición de Elena. La escena de su Graduación, fue inmortalizada en la Ventana Cornaro, una vidriera ubicada en la Biblioteca del Vassar College, una prestigiosa Universidad privada creada inicialmente para poner en valor el talento femenino.

Elena dedicó los siguientes años de su vida al estudio, a la impartición de clases de matemáticas en la Universidad de Padua y a obras de caridad. Falleció en Padua en 1684 de tuberculosis y a su muerte se le hicieron servicios funerarios en varias ciudades. Pero no fue hasta 1895, que una abadesa benedictina, decidió ir más allá: abrió su tumba, colocó sus restos en un ataúd y la señaló con una placa conmemorativa. Tal y como era su deseo, está enterrada en el Monasterio de San Giustina de Padua. 

Poco queda de sus escritos y trabajos, pero sí hay documentos de su influencia en la época a pesar de que murió muy joven. Desgraciadamente, el camino que parecía abrirse con Elena para las mujeres, fue olvidado durante siglos: 300 años tardó la Universidad de Padua en otorgar un Doctorado a otra mujer. 

Actualmente, en Rialto, en el lugar donde nació junto al Ayuntamiento, una placa que suele pasar desapercibida conmemora sus logros. Grabada con la fecha de su Doctorado, reza literalmente “Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, nacida en el lugar de la placa en 1646, “prima donna laureata nel mondo”. 

En este último viaje a Venecia, fui tras los pasos de Elena Lucrezia en busca de la placa, había leído sobre ella y quería localizar el lugar donde la primera mujer Doctorada tenía su homenaje en la ciudad. Me costó localizarla más de lo que habría querido y creo que se merece algo más que una losa por encima de las cabezas en un lateral del Palacio. Pero era mujer. Y me gustaría pensar que tras su reconocimiento por sus contemporáneos hay más que curiosidad por la existencia de un talento femenino. No en vano, su padre, que tanto le alentó en sus estudios, utilizó su poder y su influencia para impedir que otras mujeres después de Elena siguieran sus pasos, para evitar que eclipsaran a su hija.

Por eso hoy, que quería aportar mi granito de arena homenajeando a una gran mujer, no se me ocurrió nadie mejor que la Doctora Cornaro-Piscopia.