La Iglesia de Santa Maria del Giglio, se encuentra en el campo homónimo, en el sestiere de San Marco y es una joya del barroco veneciano cuya fachada en mármol blanco cuenta las hazañas políticas y militares de su benefactor, Antonio Barbaro.

La iglesia toma su nombre de la flor que, según la tradición cristiana, llevó el arcángel Gabriel a la Virgen en el momento de la Anunciación y tiene orígenes muy antiguos. La Iglesia actual es del siglo XVII, obra de Sardi, pero ya desde en el siglo X, se levantaba allí una iglesia de planta basilical bizantina que a diferencia de la iglesia actual, de única nave y capillas laterales, estaba construida en tres naves. Y antes de ella, una pequeña capilla cuya familia fundadora (Jobenigo) ha dado origen al nombre con el que es conocida popularmente entre los venecianos: Santa Maria Zobenigo. Durante el devenir de los siglos, fue destruida varias veces víctima de incendios, como muchos edificios en Venecia, y reconstruida con más o menos adiciones y modificaciones hasta que fue reformada radicalmente por la última voluntad de Barbaro.

La fachada, como os decía, se construyó siguiendo lo dispuesto en el testamento de Antonio Barbaro, un condottiero y capitán de barco al servicio de la República Veneciana que, a su muerte, donó a la ciudad varios miles de ducados con la condición de que se destinaran a la restauración de la Iglesia en modo que manifestara su propia gloria y la del resto de su familia. Así, el templo conserva bajorrelieves en los que se representan tanto las ciudades en cuyas conquistas tomó parte de manera brillante como las batallas navales en las que participó. La fachada es un auténtico monumento fúnebre, en el que se glosa su gloria militar y se da cuenta de la influencia política que tuvo en el Gobierno de la ciudad.

Esta conducta, que puede parecer un poco egocéntrica, era bastante común en la época. Barbaro, y por extensión sus albaceas, seguía una tradición que se había consolidado en Venecia con el tiempo (un ejemplo podéis verlo en la fachada de la iglesia de Santa Maria Formosa). Las disposiciones testamentarias podían ser más o menos precisas y en el caso de Barbaro, se aseguró de que la iglesia se ejecutara como él deseaba, y es que, a diferencia de otros faustos, estos llamados «monumentos» servían, no solo para alabar las virtudes morales y civiles de las personas, sino también para facilitar que su memoria perdurase en el tiempo. Y Barbaro tenía claro que ese era el destino que quería darle a su donación, hasta el punto de dejar constancia de que la obra debía ser íntegramente de piedra de Rovinj, en Istria, excepto las estatuas y el mausoleo que debían ser de mármol de Carrara.

Por diversos motivos, Antonio Barbaro no consiguió llegar a Capitán General así que en su testamento quiso resarcirse y dejar para la posteridad un buen recuerdo de sus éxitos, ordenando que se le representara con vestiduras de General y bien armado. De hecho, en el centro del segundo orden de la fachada, hay una escultura que personifica a Barbaro sobre un sarcófago enmarcado en una tela, todo en mármol, que destaca entre las columnas y el resto de esculturas de la fachada. Parece que el lienzo debía llevar una inscripción en su honor que, grave error, dejó en manos de sus albaceas. Y digo gran error porque esa inscripción nunca se llegó a realizar. Quién sabe si por voluntad expresa o porque no encontraron el texto adecuado para él…

Las estatuas que veréis entre los nichos de la fachada, son representaciones de sus hermanos vestidos según los dictados de la moda de la época, una pequeña muestra de la historia del traje del siglo XVII.

Pero, lo que más llama la atención y me gusta especialmente, son los bajorrelieves que detallan planos y plantas de las ciudades en las que Antonio Barbaro sirvió a la República de Venecia: Candia, Corfú, Padua, Roma, Zara y Split. Loas aparte, los mapas, los planos, los atlas, me han atraído siempre, y encontrarlos esculpidos en piedra en un lugar tan poco habitual, me parece hermosísimo.

Curiosamente, no hay estatuas religiosas. Las únicas estatuas que no se corresponden con imágenes de la familia son alegorías de las virtudes que quieren referirse inequívocamente a Antonio y su familia como la Fama, la Sabiduría o el Honor. Las veréis en lo alto de la fachada. Ocurre a menudo en esta ciudad que las iglesias parecen metidas con calzador en los campi y el reducido espacio puede impedir disfrutar de toda su inmensidad, pero es obligado levantar la vista al pasar por aquí y disfrutar del maravilloso espectáculo que nos brinda.

Puede que os llame la atención que la Iglesia no tiene campanario, pero lo tuvo: se demolió, porque constituía un peligro, a finales del siglo XVIII. Si os fijáis, junto a la iglesia hay una pequeña tienda de madera: este quiosco es, precisamente, la base del antiguo campanile exento.

En el interior, hay dos obras muy interesantes de Tintoretto junto a otras de otros artistas reseñables y destaca, especialmente, la única obra de Rubens que se conserva en Venecia, una Virgen con el Niño y San Juan Bautista.

La Iglesia es fácilmente localizable porque en el camino de San Marcos a Rialto os la encontraréis seguro, y como es fácil que esté abierta (salvo que por la situación actual hayan cambiado los horarios, abría de lunes a sábado de 10 a 17 horas ininterrumpidamente), os animo a visitarla y, sobre todo, rodearla para disfrutar de los bajorrelieves.

Santa Maria del Giglio está incluida en el Chorus Pass junto a otras iglesias más o menos imprescindibles de Venecia, en esta entrada os hablé más detenidamente de ello, pero si no lo habéis comprado, creo que el coste ronda los 3€. A mí me gusta mucho más el exterior que el interior, así que a vuestra elección dejo si merece la pena o no pagar el precio de la entrada, es un gusto personal por el estilo de la iglesia, aunque las obras pictóricas son muy interesantes.