Justo antes de llegar a Burano, el vaporetto para en una pequeña isla unida a ella por un bonito puente: Mazzorbo.

La isla, repleta de huertos en los que se cultivan verduras, hortalizas y frutales, es el último reducto del cultivo de la vid en la laguna, vides que los Dux, desde el siglo XV, apreciaban por el sabor y el dorado color de sus uvas.
La uva, que prácticamente se perdió durante la inundación de 1966 cuando las altas aguas cubrieron las zonas más bajas durante días destruyendo casi todos los viñedos venecianos, se cultiva en alrededor de 2 hectáreas por la familia Bisol y produce un vino blanco de 13 grados, el Venissa.

La familia Bisol recuperó el cultivo de esta uva en 2002 cuando encontraron en Torcello unas plantas que se confirmaron como Dorona. Alquilaron los terrenos de Mazzorbo al Ayuntamiento de Venecia, propietario de los mismos, y se animaron a cultivarlos, produciendo el primer vino en 2010. Quisieron mantener la tradición veneciana de hacer el vino por la que después de 30 días se pasa a 18 meses de envejecimiento en tanques de acero, produciendo un vino casi tinto que posteriormente se afina en botella por unos años. En Venecia no hay, no puede haber bodegas, no hay espacio ni posibilidad para ello, por lo que el vino se lleva a tierra firme.
La Tenuta Venissa, rodeada por un muro del siglo XVIII, se abre ante nuestros ojos justo al bajar del vaporetto y podéis adentraros en ella para admirar el viñedo en el que esta uva, blanca, de piel resistente y dulce y autóctona de Venecia, se ha ido adaptando para crecer y desarrollarse en los suelos salinos que le rodean.

Y ojo porque en este lugar, existe un restaurante estrellado donde los productos de la laguna se ponen en valor en un paraje idílico. Por cierto que también tienen habitaciones… lo digo para aquellos que luego no saben qué regalarme, jeje.