Una de las cosas que más me apetecía hacer en mi último viaje a Venecia, era visitar el Laberinto Borges, recientemente abierto a visitas al público y ubicado en la maravillosa isla de San Giorgio Maggiore. Las fotos que había visto me atraían sobremanera y, aunque es un lugar precioso y la idea es muy hermosa, lamentablemente fue la mayor decepción que esta ciudad me ha dado en todos los viajes que he realizado. Os cuento el porqué.

Antes os diré que la reserva de las visitas se hace directamente desde la página de la Fundación Cini, que se ha encargado de la recuperación y restauración de los edificios monásticos y que ahora se encarga de su gestión. El complejo alberga la sede de la Fundación y su centro cultural. Deben reservarse previamente, de ahí la importancia de adquirir las entradas online y está abierto todos los días excepto los miércoles. Os dejo el enlace por si os animáis a visitarlo: https://www.visitcini.com/
Como esta visita también le apetecía hacerla a nuestros amigos, con los que viajamos esta vez, nos organizamos y buceamos en la web. Una vez en la página descubrimos que se pueden adquirir entradas individuales para cada espacio o combinarlas de varias maneras, así que tras darle varias vueltas, elegimos la que incluye la visita a la Abazzia y al claustro de San Giorgio, que no conocíamos, más la del Laberinto de Borges.

La primera es una visita al conjunto monumental de la Fundación Giorgio Cini e incluye el claustro de Palladio, el claustro de Buora, el refectorio palladiano con una copia (ahora os amplío) de las Bodas de Caná de Paolo Veronese, la sala de fotos y la escalera de Longhena (también os amplío enseguida). Se añade la vista sobre el laberinto de Borges. Cuesta 14,00€ e incluye audioguía (también en español) y el acompañamiento durante toda la visita de una persona que se limita a indicarte las pistas que debes escuchar.

La segunda, la de la visita al Laberinto, permite entrar dentro de éste y realizar el recorrido de 1 kilómetro acompañados de la banda sonora compuesta para la ocasión. Antes, desde una terraza en la planta superior, se obtiene una vista fantástica del laberinto y se pasa un rato divertido en busca de la simbología borgiana, diseñada entre los setos del laberinto y difícilmente localizables sin la audioguía y sin la perspectiva que proporciona la altura de la terraza. Esta entrada comprende también la visita a la “Nueva Manica Lunga”, la biblioteca. También cuesta 14,00 euros, con audioguía y acompañante.

Más, como os decía, esta visita me decepcionó tremendamente (también al resto de mis compañeros de viaje, pero os hablo por mí). Me sentí algo estafada porque opino que hacen publicidad engañosa en la web al anunciar las visitas, así que me amargó la tarde entera porque consideré que había perdido un tiempo precioso en Venecia que podía haber aprovechado para otras muchas cosas. ¿Por qué? Pues en primer lugar porque la visita a la escalera de Longhena no es lo tal. Te ponen al pie de la misma y te dejan escuchar la pista de la audioguía. Ni asomarte dejan a contemplar esa belleza. Un fiasco tremendo. Pero imaginad nuestra sorpresa (y mi indignación) cuando justo detrás llegó un grupo con guía turístico y a ellos sí que les permitieron el paso… ¿por qué este agravio comparativo? Y ¿por qué no lo explican así en la web?
Pero lo peor estaba por llegar: “vender” que en el refectorio se disfruta del maravilloso “Nozze di Cana” de Veronese es tener mucha cara dura. Vale, acepto mi parte de culpa por ignorar que el original se encuentra en el Museo del Louvre, que quizá debería haber sabido o recordar dado que he estado allí un par de veces, pero eso no quita que la sorpresa al escuchar que se trata de una copia, por muy buena y exacta que ésta sea, fuese mayúscula. Se lo hice saber al muchacho que nos acompañó durante la visita que mal disimuló su sorpresa cuando le comenté que no se anunciaba así en la web. Me amargó, más, el resto de la visita… pero no acabó aquí el despropósito.

Terminada la visita a la Abazzia, nos hicieron salir del recinto y esperar durante casi media hora para volver a entrar a ver el laberinto. Más tiempo precioso perdido. Después, “visitamos” la biblioteca. Aquí reconozco que en la web sí se anuncia correctamente que la visita a la Nueva Manica Lunga, situada en el antiguo dormitorio benedictino transformado en centro bibliotecario, con más de 1400 metros lineales de estanterías, y especializada en historia del arte, está suspendida por motivos de seguridad debido a la Covid. Hasta aquí nada que objetar. Salvo porque mientras nos quedábamos en la entrada observando cariacontecidos y de lejos los estantes plagados de volúmenes dignos de inspeccionar, las personas del mismo grupo que había accedido a la escalera de Longhena, pasaron por delante de nosotros y sí accedieron al interior de la biblioteca. Otro despropósito absurdo e incompresible.

La visita al complejo terminó en el Laberinto Borges propiamente dicho. El laberinto, proyectado por la Fundación Cini y por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, es un homenaje al escritor y está inspirado en uno de sus cuentos, “El jardín de senderos que se bifurcan”. El diseño tiene forma de libro abierto y están dibujadas referencias, como os decía antes, a varios símbolos recurrentes del escritor argentino y de su obra literaria: el bastón, su propio nombre en mayúsculas desdoblado como en un espejo, su edad cuando falleció (86), el reloj de arena, el tigre, los símbolos del infinito y de interrogación o las iniciales de su esposa María Kodama. Conste que salvo por el nombre del escritor hay que echarle algo de imaginación, menos mal que la audioguía, ayuda.

Una vez en él, se hace obligatorio recorrer el kilómetro de largo entre senderos que se bifurcan, como en todo laberinto. Pero personalmente creo que el laberinto, a la altura de la cintura, pierde toda su gracia, al verse perfectamente cuál es el camino a seguir. Aquí no hay vuelta sobre tus pasos, ni entretenimiento, ni juego ilusorio: una vez dentro, solo queda caminar y caminar bordeando los setos en dirección a la salida. No se puede salir de él en ningún momento. ¿Es bonito? Sí, visto desde arriba, donde la perspectiva muestra toda su grandeza y su simbología. Pero una vez en él, pierde todo su encanto. La verdad es que, en mi opinión, no merece nada la pena pagar por ello.

Finalmente, nuestra entrada incluía gratuitamente un aperitivo en el San Giorgio Café. Se ofertan dos opciones por el mismo precio, una con y otra sin aperitivo, no hay diferencia entre ambas salvo por la posibilidad de disfrutar del propio aperitivo así que, si al final os decidís a ir, elegidlo con él. Porque, aunque se nos comieron los mosquitos (es Venecia…), las vistas a Venecia desde la terraza de la cafetería son una delicia y, como el tiempo acompañaba, disfrutamos de un pequeño y merecido descanso tomando unos Spritz y unos Hugo.

En serio que estas líneas son solamente mi apreciación personal y subjetiva, basada en mi propia experiencia y seguramente en mis considerables expectativas. No pretendo desmoralizar a nadie ni convenceros de nada. Pero para mí, la visita, no merece la pena si no habéis estado en Venecia varias veces antes. Se puede invertir ese tiempo en muchas otras cosas o sencillamente en pasear por la ciudad. Y si queréis deleitaros con el hermoso laberinto, siempre podéis hacerlo subiendo al Campanile di San Giorgio, más rápido y más económico, que regala además una vista en 360 grados, fabulosa, de la laguna.
